domingo, 19 de enero de 2014

El hombre de los dos nombres

En el séquito del Califa Al Mamun – alrededor del siglo IX de nuestro cómputo- encontramos un sabio importante: Mohamed Ibn Musa Alchwarizmi. Por la voluntad del Califa, tenía entre sus obligaciones la revisión de las tablas astronómicas de Ptolomeo, la realización de interesantes observaciones astronómicas –entre las que figuraba la medida de un grado de latitud sobre la Tierra- la de traducir del indio las más famosas obras científicas. Pero el hombre del que ahora hablamos fue mucho más allá de todas estas obligaciones. Los libros que el mismo redactó fueron de una gran categoría científica y ejercieron considerable influencia sobre la ciencia europea posterior. Con Alchwarizmi comienza y culmina la Matemática árabe.

   De su Arte de Calcular se dice que «el libro supera a todos los demás en concisión y sencillez», ventaja que hay que sentar en la cuenta de la escritura numérica de los indios. Un monje inglés, Adelardo de Bath, tradujo la obra en el siglo XII. Disfrazado de estudiante moro, este hombre valeroso se atrevió a penetrar en la España morisca, rigurosamente vigilada, y en guerra mortal contra toda la Cristiandad; aquél país era entonces no sólo un poderoso imperio guerrero, sino también el paraíso sellado de la Ciencia. ¡Extrañas ideas! Ni siquiera han pasado mil años desde que nosotros, los europeos, dominadores y maestros de este mundo, tuvimos que introducirnos furtiva y astutamente en la residencia de los árabes para prender, con constante peligro de la vida, los principios fundamentales de la Matemática.

   Granada, Sevilla y Córdoba ….estas fueron las tres grandes escuelas moriscas. De Córdoba se trajo Adelardo una traducción de Euclides, como asimismo una copia de la más importante obra de neta procedencia arábiga, precisamente de aquel Arte de calcular de Alchwarizmi. «Algoritmi ha hablado. Entonemos merecidas alabanzas a Alá, nuestro guía y defensor». Así rezan las primeras líneas de este manuscrito, que descansa en la biblioteca de Cambridge, Algoritmi; esto no es más que una corrupción del difícil nombre árabe de Alchwarizmi.

   Por algoritmo se entiende hoy un proceso general de cálculo, que transcurre, por así decir, automáticamente, ahorrándonos la molestia de pensar durante su manejo. «Algoritmo» fue, pues, el primer nombre con que los sabios musulmanes contribuyeron a nuestro lenguaje. Todavía nos procuraron uno más, precisamente en el título de la que, para nosotros, fue su obra más importante: Aldschebr walmakabala, en castellano, «replanteo y contraposición». Del sentido matemático de estos conceptos volveremos a hablar todavía. De momento, nos limitamos a la observación de que también la voz «Aldschebr» pasó corrompida a nuestro lenguaje, y, precisamente, bajo el nombre de «Álgebra».

(Textos extraídos de “La magia de los números” de Paul Karlson – Editorial Labor SA)

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